lunes, 6 de junio de 2016

Posponer


La procrastinación, del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro, el diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como postergación o posposición.  En esencia es el hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes pero agradables. Puede ser un trastorno del comportamiento que tiene su raíz en la asociación de la acción a realizar con el cambio, el dolor o la incomodidad. El término se aplica comúnmente a la ansiedad generada ante una tarea pendiente de concluir que  se pospone,  porque es percibida como abrumadora o estresante. Por supuesto, esto despierta todo un aparato psicológico de  auto justificación para racionalizar la postergación a un futuro  idealizado, que nunca llega. Cuando hemos sentido el llamado de Dios para cambiar, muchos de nosotros empezamos a procrastinar. Buscamos cualquier excusa que podamos racionalizar para no realizar el cambio, aunque reconocemos que es bueno y necesario hacerlo. Jesús tuvo que enfrentar mucha procrastinación durante su predicación.  A continuación presentamos un texto que nos presenta esto: “¿Con quién puedo comparar a los hombres del tiempo presente? Son como niños sentados en la plaza, que se quejan unos de otros: ''Les tocamos la flauta y no han bailado; les cantamos canciones tristes y no han querido llorar. ‘Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dijeron: Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. Sin embargo, los hijos de la Sabiduría la reconocen en su manera de actuar.” Lucas 7,32-35  No sigamos posponiendo, ni buscando excusas para entregar nuestra vida a Jesús, porque tenemos todo para ganar y nada que perder.

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