El amor tiene tantas acepciones e interpretaciones que es difícil siquiera mencionarla en un artículo tan corto. Lo que pretendo es compartir una reflexión general del amor en nuestra vida, que debe estar bajo el señorío de Cristo.
San Pablo en 1 Corintios 13, 11 nos dice: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.” Todos conocemos la actitud natural de un niño pequeño que es ego centrista. Su versión de amor es recibir y que lo hagan feliz. No concibe el amor como dar sino solo como recibir y manifiesta afecto como respuesta a haber recibido algo. Y cuando no obtiene lo que quiere, aunque esto le haga daño, hace un berrinche.
En la misma carta a los corintios nos dice: “Yo, hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.” (1Corintios 3, 1)
El adolecente en términos generales empieza a comprender que el amor no solo es recibir sino que también es dar. Pero sus relaciones son muy volubles cualquier contratiempo las arruina. Hoy quiere mucho a una persona y mañana no la puede ni ver.
Al madurar comprendemos que el amor es como nos dice la Biblia: “El amor es paciente, es servicial, no es envidioso ni busca aparentar, no es orgulloso ni actúa con bajeza, no busca su interés, no se irrita, sino que deja atrás las ofensas y las perdona,” (1Corintios 13,4s) El primer paso es identificar el amor y luego con la ayuda de Dios impulsar nuestra voluntad hacia él. Reconozcamos que el amor no es un sentimiento sino un acto de la voluntad, es decir, amar es una decisión.
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